La empresa vive problemas como la falta de alineación con las prácticas de compra sostenibles, lo que genera una mayor huella ambiental, incumplimiento de normativas ecológicas y riesgos reputacionales. La empresa puede seleccionar proveedores que no cumplen con estándares de sostenibilidad, lo que implica el uso de materiales no renovables o prácticas de producción que dañan el medio ambiente. Esto no solo afecta la imagen de la marca, sino que también expone a la empresa a sanciones regulatorias y a una pérdida de competitividad en mercados que valoran la responsabilidad social corporativa. Además, la falta de un enfoque sostenible puede generar ineficiencias a largo plazo, como mayores costos operativos o dificultades para adaptarse a regulaciones más estrictas en el futuro. También puede haber una pérdida de oportunidades de innovación, como la adopción de materiales más sostenibles o procesos más eficientes.